"Hay hombres que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años, y son muy buenos. Pero los hay que luchan toda la vida: esos son los imprescindibles." Bertolt Brecht.

miércoles, 30 de enero de 2013

Maltrato al padre divorciado

Carta de Maribel Muñoz Puerto, de Montefrío, al diario Ideal de Granada 

Sr. Director de IDEAL: Seguro que en su entorno o en su propia familia hay algún caso de un padre divorciado, y seguro que conoce el sufrimiento y las dificultades que encuentra para mantener una relación normal con sus propios hijos.

El maltrato hacia el más débil es siempre un acto horrible. La palabra maltrato nos remite a mujeres golpeadas, a ancianos vejados, a niños con mirada triste pero, ¿qué pasa cuando ese maltrato es directamente a los sentimientos, al amor y a la necesidad de cercanía de los propios hijos? En este tipo de maltrato no hay inferioridad física, ni secuelas que lo delaten sólo hay un profundo dolor en quien lo padece, rabia, frustración, injusticia.

¿Por qué el padre es la parte débil? Así lo ha establecido un sistema que de forma automática concede a la madre la guardia y custodia y reduce los derechos del padre a la manutención económica y a ver a sus hijos dos fines de semana al mes, siempre contando con que el padre haga los desplazamientos para recoger y entregar a los hijos (no importan los kilómetros y el esfuerzo que al padre le suponga ese desplazamiento; ni que haya sido la madre la que al cambiar de ciudad o de país haya alejado al padre de los hijos).
¿Qué vínculo se puede mantener con el hijo cuando sólo pueda verse ese tiempo? ¿A qué clase de relación puede aspirar un padre con sus hijos en esas circunstancias?

La cuestión se complica aún más cuando la madre, por uno u otro motivo, utiliza al hijo para dañar al padre (con conciencia o no del daño que hace al propio hijo).

En esta situación, la indefensión es total y absoluta. El padre se enfrenta a dos caminos: Uno, buscar un abogado y un psicólogo que demuestre el daño moral y emocional al hijo (el que sufre el padre no cuenta) y someterse y someter al hijo a un proceso en el que los propios abogados no tienen confianza de su buen fin, con el consiguiente desgaste emocional y económico. Dos, abandonar la lucha para evitar el sufrimiento y el dolor, el propio y el de un hijo que está en la mitad de un campo de tiro.

Muchos, desgraciadamente, muchísimos padres optan por esta segunda, bien por falta de recursos económicos o por falta de fuerzas Luego están las estadísticas que hablan del porcentaje de padres que no cumplen el régimen de visitas.

Es como estar ante el juicio de Salomón, pero con un padre y una madre que quieren al niño. Para no partirlo por la mitad emocionalmente y ahorrarle tensiones y sufrimientos al hijo, el padre opta por dárselo a la madre. Para muchos padres e hijos este es el principio del fin, porque cuando vuelvan a encontrarse, ya sin la manipulación de la madre sobre el niño, será demasiado tarde; sólo serán dos desconocidos con vinculación sanguínea.

¿Quién es el culpable de que esto suceda (y sucede más a menudo de lo que muchos piensan)? El niño no, por supuesto. El sistema judicial ¿sí! Por amparar y permitir estas situaciones, por relegar la paternidad a un segundo plano respecto a la maternidad y por condenar a un padre a la prisión de no tener a sus hijos al menos la mitad del tiempo; condena injusta, ya que el fracaso de un matrimonio, independientemente de quién sea el culpable, parece ser suficiente para condenar al padre a ver a sus hijos sólo cuatro días al mes.

http://www.ideal.es/granada/pg060204/prensa/noticias/Cartas_Granada/200602/04/COS-OPI-100.html

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