Al final del día tiene que haber algo que impacte o provoque un pensamiento, sino, es probable que no se haya vivido ese día. Positivo o negativo es indiferente. Lo importante es que cuente para poder afrontar el día siguiente con la perspectiva de un hecho positivo, o más positivo.
Hoy Alberto hablaba de su divorcio. Tiene un negocio que atiende al público directamente, y aunque parezca mentira, el divorcio de sus clientes planea y condiciona el pago de las facturas. Si es tanto, por favor Alberto, factúralo a ella. ¿Cuánto crees que vale esto otro para ver si lo pago yo o él?
Tal es la vida material, condicionada al dinero que da la felicidad -estabilidad mínima para no mendigar- que con mayor frecuencia, o quizás desde siempre, los matrimonios son pura transacción económica. Es un hecho.
En el fondo todo está regido por la más elemental superviviencia, no ya de la especie, sino de uno mismo.
Si esto sucede cuando las vacas son gordas, imagina cuando las vacas son anoréxicas. “Nadie quiere a nadie” es una sentencia que envenena el “Sí quiero” de los altares. La conversación entre Alberto y los demás giraba alrededor de la “Custodia compartida”, el abuso patente que la ley otorga a las mujeres con perjuicio de los hombres.
“La Pérdida” nubla, ciega, condiciona, y sólo vale sobrevivir.
Entonces es cuando aparecen preguntas como ¿cuándo ocurre eso que rompe al “sentido común”?, ¿cuándo llega ese momento en que sólo valgo yo?, ¿quién es esta persona que está a mi lado, que no reconozco, y a la que quiero sacar partido?, ¿y los hijos?
Al final del día tiene que haber algo que impacte o provoque una solución.

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